EL VACÍO ARMÓNICO. SOBRE ALTER EGO, DE DAVID LLORENTE

LLORENTE, David. Alter ego. Madrid. Vencejo Ediciones. 2021

Vencejo Ediciones, editorial amiga que ha echado a volar hace un par de meses, ha estrenado su catálogo con el primer poemario de David Llorente, novelista y dramaturgo que conocemos y recomendamos. Alter ego, entonces, supone una triple celebración: una editorial independiente que nace; un autor que sigue innovando; y un libro que trata un tema [la depresión en concreto, la salud mental en su amplitud] con el que la literatura tiene su deuda particular.

NONA

Nueve, son nueve las depresiones de Alter ego. La triple tríada, como hacerse tres cruces en bucle, como las novenas de la liturgia a las tres de la tarde; nueve las depresiones como los nueve círculos del infierno, tantas como un novenario de difuntos; nueve particiones con nueve aristas por las que vomita el sujeto lírico este testimonio sobre la depresión, que existe desde que el mundo es mundo y se alimenta robándole la comida a la muerte. Alter ego aborda la enfermedad desde la poesía y no desde la autoficción o desde el diccionario médico de los departamentos de Psiquiatría porque uno, el lenguaje no es suficiente, dos, la depresión es una sala con siete mil millones de puertas, tres, David Llorente sabe que la referencialidad que necesita su larga relación con el mal requiere de la precisión / de la inmolación conceptual del poema.

Un quindenio soportando cómo el mundo no solo no se detiene, sino que desprecia el dolor del individuo revictimizándolo e infligiéndole las múltiples violencias presistematizadas [verbal, social, farmacológica, psiquiátrica, etcétera] para los estados anómalos del ánimo y sus huéspedes. Por supuesto lucha, cómo no: el sujeto lírico se resitúa y el cuerpo ya sabe de la sublevación, del escape de serotonina por todos los orificios, y resiste como puede.

¿Y así consigue salvarse?

No.

Y ERAS IDO

Leyendo Alter ego recordé Ven y mira, de Elem Guérmanovich Klímov, en cuanto a la vastedad de su mirada hacia la guerra; así, el recorrido de Alter ego podría tildarse de «completo», en tanto que aborda todo el proceso de la enfermedad. Es ahí donde radica el valor del libro, en profundizar no solamente en los lugares comunes de la depresión [para lanzar a la cara el guiñol del prejuicio], sino también en la caída, la suspensión y la asunción. No es en vano el uso de la segunda persona del singular, que parece interpelarnos [cuidado, el lector solo escucha] hasta descubrir que asistimos a un diálogo entre el sujeto y el mal que padece. Esta conversación [esta carta, este mapa oscuro de aflicciones] se sostiene con el sólido conocimiento de la tradición literaria española del autor:

[Que me has visto, cuando me estás viendo, tú no me ves, tú recuerdas.

Porque dormido soñaste, te despiertas a mi lado, que soñabas que estabas conmigo]. (p. 7)

Una última tregua, porque tu hostilidad vela mis noches, más cae, tras la encarnizada inminencia de tu abrazo, cuanto más alta, ¿por qué me niegas?]. (p. 10)

Esos binomios que se rehúsan y redefinen, esa ansia respira la poética espiritual de los cuerpos amantes, y entonces Alter ego no es sino una oración que esconde la súplica por la elevación que deje atrás el sufrimiento, superar la vía purgativa de una vez por todas, antes de que se cronifique. A este respecto, considero un acierto de Llorente desagrupar la pérdida de esperanza del sujeto lírico [cuando acepta la química] de la del lector [cuando la voz poética descubre que ni siquiera la alegría puede vencer a la depresión], porque esos dos puntos de inflexión crean el primer contacto real de la lectura con la verdadera tristeza del libro.

IDENTIDAD Y PALIMPSESTO

A partir de aquí todo se mezcla: la depresión se instala en todos los pasillos, pinta las paredes de color mostaza, se acomoda en todas las respiraciones. Y, por supuesto, entona su temida fonética del ahogo: deconstruye el significado real y sentimental del tejido humano que rodea al enfermo; reescribe los recuerdos; practica el Barroco con sus fragilidades; le alarga la soga para que crea que huye, aunque acabe habitando todas sus casas [no hay hogares aquí]. El sometimiento de la depresión lleva inevitablemente a un síndrome de Estocolmo, que no es otra cosa que una dependencia tóxica del propio enfermo con su estado de salud; pero para que esto surja, para que la voz poética clame y se arrulle en su propia desesperación, existe un proceso de normalización de las circunstancias [por muy dolorosas que sean], que autores como Imre Kertész o Claude Lanzmann han retratado anteriormente. Los poemas que abordan la pérdida de la identidad [que es la madre de todas las desgracias] no son sino el inicio de una transmigración de los roles, y de repente Alter ego cobra todo su sentido como título cuando la otredad estalla por los aires e invierte recíprocamente al huésped y al parásito.

¿Quién está hablando aquí?

(agárrate a tu carne mientras caes) (p. 30).

(y pronunciaba mi nombre de pila) (ib.).

No podemos asegurarlo.

La depresión digiere al enfermo y se disfraza de él, lo sustituye, hasta el punto de que la despersonalización que sufre el sujeto lírico puede entenderse como el fantasma del autor apareciéndose ante su protagonista [como una tragedia shakespeariana], o sea tal vez ese abrir de cajones una protesta inútil, o quizá los múltiples manuscritos de letra menuda que aparecen lo hagan en realidad como recuerdos intrusivos en la psique de la enfermedad. Y la clave está en David Llorente, pero no como autor, sino como personaje, porque tal vez sea aquí la primera vez en la que no aparece explícitamente como tal, ya que este es un poemario escrito con el sufrimiento de muchos años y es [a falta de la bruja Fudina (a menos que esta sea una incursión ficcional temprana de la depresión en sus obras anteriores)] el trozo de papel en la boca del golem que ha levantado David libro a libro.

Esa metarreferencia al ego dormido a través de la intertextualidad de libros como Ofrezco morir en Praga, De la mano del hermano muerto, Madrid:frontera o Europa está entrelazada con el homenaje estilístico a autores como Vallejo y su léxico de oquedades tristes, al Cioran de Silogismos de la amargura, al puzle hiperbático de los clásicos y a la subordinación anfetamínica de Ferlosio, a la poética de la desolación de Pizarnik o Ajmátova, a la masticación del drama sabatiano, a la descripción híbrida y fragmentaria de Martín-Santos, o a la ambientación asfixiante de coche cama de las historias de Kadaré o Kristof. Alter ego bebe de todos estos cántaros y de sí mismo hasta desbordarse, y entonces

(rompía jarrones para verme por dentro) (p. 50).

EN MIL PEDAZOS

La destrucción del sujeto lírico es completa, y ni siquiera el sistema de corchetes, paréntesis y rayas que utiliza puede contenerla. Sin embargo, Alter ego tiene dentro de sí, como consolación empírica, la certeza de su supervivencia [que sigue poniéndose a prueba (continuamente)], única vía iluminativa a la que el enfermo puede llegar tras el dolor.

Por último, el libro esconde un plano de lectura más, reservado para quienes alguna vez algo dentro de ellos se rompió. Este nivel de cognición es un asentir al ver que cada palabra está en su sitio [y que es esa y no otra], como oír hablar de una canción y poder seguir las notas en el pentagrama de tu cabeza [los armónicos de la depresión en el vacío], impresionado por la ejecución y escalofriado por la melodía. Quizá sea esa la dedicatoria que no tiene el poemario: a los que sufren, a cada uno de sus pedazos.

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