LA CARA CRUEL DEL MURO. SOBRE MADRID PRISIÓN, DE PACO GÓMEZ ESCRIBANO

GÓMEZ ESCRIBANO, Paco. Madrid prisión. Madrid. Vencejo Ediciones. 2021

—¿Qué sabes tú de encontrar gente?

—Yo de lo que sé es de buscarme la vida.

Madrid prisión es el segundo libro que publica Vencejo Ediciones, editorial madrileña que inaugura con él su colección noir llamada «Garras negras», definida como una selección dedicada a «la denuncia y la crónica de nuestro tiempo, negro sobre blanco». Una declaración de principios que se siente heredera del esplendor pulp del género en Norteamérica y de la vertiente de Simenon en Europa. El autor que abre la colección, Paco Gómez Escribano, es una referencia nacional y un nombre que reverbera en cada estante y cada festival dedicado a la novela negra, si bien, desde el conocimiento de las tradiciones, en Madrid prisión empuja los límites convencionales para dar espacio a una historia híbrida y salvaje sobre perdedores en una realidad paralela a la nuestra.

MADRID, DE CORTE A CÁRCEL

Han pasado veinte años desde el holocausto que redefinió la condición humana. Los habitantes de Extramuros sobreviven como pueden, como saben, por sarcásticos golpes de suerte; cuando una chica de Intramuros desaparece, alguien como El Poeta, harapiento buscavidas esquizoide, parece ser el más indicado para encontrarla.

Estamos ante una novela que recoge agua de muchas lluvias: tenemos un pretexto distópico, una trama negra clásica, un contexto social que roza el cyberpunk y un divertimento narrativo que enreda entre los homenajes y los leitmotivs del autor. Gómez Escribano maneja bien el recurso de la sencillez y la jerga, y demuestra el buen lector que ha de haber tras el oficio de escribir: desde Philip K. Dick hasta Galdós, pasando por McCarthy y Delibes, hay rastros, pequeños destellos que refuerzan la historia y sustentan las dos claves referenciales del libro: el enlace entre el guiño a la literatura actual (principalmente en la interacción con Madrid:frontera, de David Llorente) y el cambio de enfoque que ofrece a la visión arquetípica de los géneros literarios. Me refiero a los proles de Orwell, a los que conocen la suela de la bota, a los de abajo: mientras autores como Huxley o Bradbury apuntaban a la masa desde individuos conscientes de su disidencia, Gómez Escribano abre las manos y descubre el palo a los pijos de Intramuros, los mercenarios ajustando cuentas con un notas que palmó pasta, el doble filo del caníbal; en resumen, la verdadera e insondable dimensión del agujero social-narrativo-ético que respira la última de las clases. Y que el contexto de la trama no alarme a nadie: llevar luz y taquígrafos a una Canillejas paralela (cuidado, no futura) es dejar constancia de la versatilidad y del juego, falso documental de la historia narrado por Escribano.

LA CICATRIZ DEL MAPA

Tal vez sea esa perspectiva única e inmutable el mayor acierto de Madrid prisión. No sabemos de Intramuros más que por vagas referencias, contradicciones y prejuicios, testimonios que se pierden entre la apariencia y el desencanto. El villano de la historia nunca sale de la oscuridad, sobrevuela en los miedos de los personajes; los desestabiliza, sea por el vano deseo de estar al otro lado del muro, sea por la cruel certidumbre de que morirán a este otro. Gómez Escribano cincela todo aquello que la sociedad aparta de sí, pero que a la vez sigue explotando, y viene a ocupar el vacío que la literatura contemporánea tenía reservado para los que anotan las pulsaciones de los parias, con pe de Poeta. Y es esta la gran sorpresa del libro: un protagonista que sufre una enfermedad mental y se gana la vida escribiendo y recitando poesía de manera clandestina. El Poeta se convierte en una demostración más de que, por muy duro que sea el presente, por poco margen que haya para la prosperidad y el largo plazo en el día a día, necesitamos algo de humanidad dentro de la bestialidad, un valor estético que flote, por un instante, sobre la violencia normalizada, como los cancioneros de guerra o la representación teatral que Primo Levi describe en La tregua. Ese contraste, perpetuado en cada página, conecta los apocalipsis contemporáneos con las lecturas de disidencia juveniles, donde la tecnología está del lado del victimario y lo rudimentario de los enclaves de Extramuros imprimen también un atraso civilizatorio. Hay una misma escala social que se repite bajo los pies de los lúmpenes, con métodos igual de eficaces de sometimiento, y en el fondo los lectores saben que todo está perdido, y Escribano lo sabe, y al final de cada capítulo se divierte girando una nueva carta, hasta el punto de barruntar la metaliterariedad del libro y preguntarnos si pasaría el corte del Poeta y el Rosendo —armadores de un canon cervantino y marginal— y comprarían este libro a los traperos de Canillejas.

Funciona y entretiene esta riña de gatos «distonoir» que construye Escribano. Alguna situación remite a lenguajes ya demasiado escritos; no así Madrid prisión pierde el encanto y el pulso, como quien huye de los infiernos y sabe que no puede dejar de correr. Guiño cómplice al lector asiduo de Paco. Lectura salvaje para desentenderse del patio cuando el patio no tiene solución.

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