VAMPIROS NEURÓTICOS. SOBRE DONDE SIEMPRE ES MEDIANOCHE, DE LUIS ARTIGUE
ARTIGUE, Luis. Donde siempre es medianoche. Oviedo. Pez de Plata. 2018
AVISO: Esta novela negra puede contener trazas de otros géneros.
Yo, que un repentino y terminal párkinson me había hecho lanzar por los aires los últimos ansiolíticos que quedaban, había sido derrotado: mi cuerpo era tierra conquistada por todas las enfermedades. El café no despertaba, el omeprazol no protegía, los analgésicos no calmaban. Todos los paliativos de mi casa eran cajas vacías, fantasmas de remedios ya consumidos. No tenía otro modo de escapar de la realidad que la lectura.
Llegué así a Donde siempre es medianoche, una novela negra o fantástica o gótica o neurótica o de ciencia ficción o de humor o de terror o lo que coño sea en función de unas categorías ya obsoletas. El orden de los géneros no altera el producto: la última novela de Luis Artigue (1974) solo puede ser catalogada de valiente, porque nace con la infrecuente convicción de que la literatura es sinónimo de libertad, y que la única función del lenguaje literario es hacer estallar los paradigmas. Se incluye así en la breve serie de novelas españolas que superan la experimentación formal del siglo XX, la autoficción del XXI, las cajas destempladas de los géneros literarios y los conatos de puño en la mesa que confunden provocación y compromiso.
LA PROPUESTA ARTIGUEANA
En una reseña publicada en La Nueva España, Tino Pertierra declaraba que esta novela «reivindicaba el subgénero». En efecto, Luis Artigue, maestro de la adjetivación, hunde las manos en esos posos olvidados y extrae los recursos que necesita para su historia. Así, apreciamos su poética (humanismo lírico y digresión narrativa) al servicio de la noche perpetua, fenómeno que asola la ciudad de Silenza. El imaginario artigueano remite a profundidades multidisciplinares, como buen culturalista: desde los clásicos sanatorios de la literatura centroeuropea al cine gore italiano de los ochenta, pasando por el expresionismo alemán y las vanguardias de Guerra Fría, como el accionismo vienés. El campo semántico de la oscuridad está presente en todo momento en su visión evocadora (en palabras del narrador) y en su aspecto macabro (desde el punto de vista institucional): la dicotomía entre personaje y entorno, individuo y sociedad, empapa el lenguaje y potencia el impacto visual de algunas escenas.
Más allá de las referencias explícitas (Freud, McCarthy, Bach, etc.), Donde siempre es medianoche bebe también de la estructura base de la novela enigma (¿dónde está Werner Planck? ¿Por qué hay noche perpetua en Silenza? ¿Cuál es la identidad de Anticristo Superstar?), la panoplia de personajes de Eduardo Mendoza, el ingenio de Italo Calvino y el rastro aún luminiscente de Umberto Eco. Artigue estira la crisis económica y de valores actual hacia ambos extremos temporales, creando una distopía (¿sueñan los hipocondríacos con enfermeras de látex?) con la fermentación popular de la Edad Media.
Podemos hablar también de algunos juegos previsibles o pasajes de amor decimonónicos. Hablemos. Hay algo por encima de las opiniones, y es la técnica: todas y cada una de las expresiones y momentos son más que verosímiles (¿quién no ha estado enamorado y parecía sudar caramelo? ¿Quién no ha contado algo ingenioso sin recibir la respuesta esperada?), pero por encima de todo son coherentes. En tal sentido, creo que el gran logro de la novela es la construcción del narrador, es decir, el coprotagonista, es decir, el Sabueso Informativo, hombre de cristal quebrado por la experiencia y el trauma: detallado mapa emocional en el que el lector descubre territorios conocidos.
SPECULUM HOMINUM
Hay otro punto en el que debemos detenernos: el componente social. Lo que podría entenderse como alegoría es más un retrato verista de nuestra condición y situación. Atravesamos la narración descubriendo, como Lázaro de Tormes, una caterva de personajes que componen la realidad que vivimos (con otro nombre, con otras expresiones), de la que recibimos enseñanza a palos. Hay una llamada de atención en esta novela. Una llamada a la reacción, porque ―a lo mejor― no la ha habido aún. Así, tal vez no sea una locura pensar que necesitamos libros que conjuguen calidad e interpelación, que utilicen la belleza de la palabra para escarbar hasta romperse las uñas y la sangre, la tierra y las raíces abran paso a la voluntad de reflexión de los lectores, porque «los hechos acaecidos en la noche, que nunca debieran olvidarse, acaban disueltos por las evidencias de la nitidez del día; los días».
Luis Artigue, brillante rara avis de la literatura española contemporánea, novelista personalísimo y mejor poeta, demuestra en Donde siempre es medianoche que la hibridez es la luminaria precisa para los inescrutables caminos de la novela. Novela que, al ser también un espejo de nosotros mismos, debe leerse como quien mira un lago en la noche: esperando la emergencia del monstruo.
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Postdata: Cabe decir, en términos extraliterarios, que las ilustraciones de Enrique Oria y el finísimo trabajo de la editorial Pez de Plata suponen complementos ideales para una obra como esta. Mantenemos la esperanza en el oficio de editar libros.