LA NOCHE DEL CAZADOR. SOBRE LA LUNA CANGREJO, DE DAVID LLORENTE

 

LLORENTE, David. La luna cangrejo. Madrid. Black&Noir. 2018

 

La última novela de David Llorente se llama La luna cangrejo. La edición corre a cargo de Black & Noir; la obra incluye (como el resto del catálogo editorial) contenido extra que nos permite conocer más y mejor el texto, al autor; sin embargo, hay algo que da un carácter especial a esta novela: cada una de sus entregas ha sido escrita en tiempo real. Este juego/riesgo supone una literatura viva de un modo más cercano a la crónica o al contenido inmediato de las redes sociales, sin perder un ápice de literariedad. Porque (es el momento de decirlo) estamos ante la perfecta novela negra, en tanto que investiga, en tanto que denuncia, en tanto que hibrida. No podemos dejar de lado esta adecuación del paradigma a la propuesta ideológica que Llorente esgrima en este libro, y el grito de protesta y cirugía que tiene por esencia.

La luna cangrejo, que es una trinidad de historias [historia fantástica (terror), historia negra (denuncia social) e historia de destrucción], orbita en torno a la dualidad: como las galaxias con dos núcleos, hay una perfecta sincronización entre opuestos y complementarios; y porque la realidad es una hija de puta que hay que retorcer desde la perfección estructural de la palabra, encontramos el cáncer que come al individuo y el cáncer que come a la sociedad; los voxeadores nacionalmachistas y la hidra feminista; la deducción policial de Javier Salvatierra y la unción sapiencial de Liborio Cuaresma; la ira latente y la rebelión resignada; la venganza y la injusticia; Damián Almafuerte y…

«Thurkill».

Uno se va a la cama con otras intenciones después de conocer a Thurkill. Llorente ha alambicado diferentes mitologías y culturas populares donde hombre y bestia tienen una conexión más allá de la biología; en los posos de cada entrega aparece el doble, el hermano nomuerto, el doppelgänger, el espíritu totémico que forma parte de nosotros sin saberlo hasta que algo, vaya uno a saber qué, desencadena la comunión.

Este sutil proceso de transmutación y conflicto en Damián tiene también un contrario: un final demasiado abrupto (algo que todos, incluido el autor, sabíamos que podía ocurrir, teniendo en cuenta que se ha publicado sin el escudo que crea la revisión y la corrección). A este respecto, cabe preguntarse qué otras novelas habría podido ser esta obra si las circunstancias de su escritura hubiesen sido las convencionales; no porque esperásemos otra cosa, sino porque nos quedamos con ganas de más.

No sabemos las secuelas en el autor de sus propios desdoblamientos: salto y conjunción de múltiples voces narrativas, referencias a novelas anteriores, giros argumentales que son un zarpazo… La conclusión que sacamos, en cualquier caso, nos es familiar: la escritura de David Llorente es un desgarro de impotencia imprevisible; una purga deliciosa, una acusación directa que no espera alegaciones. Esa es su firma en el cadáver de los lectores.

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