RECUERDA. SOBRE EMMA, DE ROSA RIBAS

 

RIBAS, Rosa. Emma. Madrid. Black&Noir Ediciones. 2017.

 

A quienes no conocen Black & Noir Ediciones podríamos decirles que publica género negro por entregas, que únicamente se puede leer en teléfonos móviles y que hace las delicias de lectores y estudiosos con entrevistas, escenarios, textos inéditos y otros detalles y formatos de los autores y las obras que editan. Estoy seguro de que los lectores y el sector editorial recordarán que la revolución empezó y se consagró con ellos.

Pero yo estoy escribiendo esto por otros recuerdos.

En una de las paredes habían colocado una especie de panel, la “Pared de la memoria”, lo llamaban. Ahí habían ido clavando papelitos con palabras importantes para avivar sus recuerdos o fotos que ayudasen a tender algún puente.

Emma, editada por Black & Noir, es la nueva novela de Rosa Ribas (1963), una de las escritoras españolas que están empujando los anquilosados esquemas del género negro hacia nuevas perspectivas, y que poco a poco está ocupando los espacios de opinión, influencia y reconocimiento que merece.

4 de junio, lunes

   Despierto; me llamo Alfonso; me muevo con normalidad; preparo café; trabajo en la mesa que tengo junto al balcón en una casa de la que me mudaré en dos semanas; recuerdo mi pasado lejano e inmediato; por la tarde leo a Rosa Ribas.

   Emma despierta sin saber que es Emma. Necesita un panel de fichas y fotografías para saber que ese es su nombre, que es escritora, que tiene familia y que está en lo que parece un hotel con tintes de hospital y que no es sino una residencia. Emma tampoco sabe que es una mujer de setentaiún años protagonista de una novela negra, algo que puede sonar inusual y refrescante; signo evidente de que el género negro es el más versátil y más purista, convirtiendo a la novela de Rosa Ribas en otro dedo del puño que da un golpe en la mesa, junto con otras obras contemporáneas donde la tercera edad tiene un papel relevante (p. ej., Ya no quedan junglas adonde regresar, de Carlos Augusto Casas), y que, como no hay nada nuevo bajo el sol, traen algo ya conocido por los lectores para darle una vuelta de tuerca.

5 de junio, martes

   Despierto; me llamo Alfonso; preparo café; recuerdo mi pasado lejano e inmediato; leo a Rosa Ribas antes de dormir.

   Escribe Ribas acogiéndose al séptimo arte con una intertextualidad que renueva desde el homenaje (nadie escapa del fantasma de Jessica Fletcher, inspirado a su vez en Miss Marple, de Agatha Christie). La novela enigma se funde con el territorio desconocido de la mente humana, que el cine clásico desarrolló con su blanco y negro y su cátedra en el desierto. Ampliando el abanico, más allá de las referencias evidentes a Jane Eyre, Joan Fontaine, Natalie Wood, etc., vemos semejanzas con elementos del cine de Miloš Forman y Christopher Nolan, o con la filmografía surgida de la literatura de Henry James; pero también hay escenas que nos remiten a la etapa americana de Fritz Lang y, sobre todo, a Hitchcock: concretamente, a la mixtura de sueño, recuerdo y amnesia, y a la desconcertante búsqueda de la verdad de Ingrid Bergman y Gregory Peck en Recuerda.

6 de junio, miércoles

   Despierto; me llamo Alfonso; trabajo hasta que la lluvia funde los plomos y me quedo sin conexión.

   [No hay anotaciones].

7 de junio, jueves

   Despierto; me llamo Alfonso; no hay café, coño; termino de leer Emma.

   [No hay anotaciones].

8 de junio, viernes

   Despierto; me llamo Alfonso; recuerdo haber terminado de leer Emma; planifico la reseña y empiezo a escribir.

   Puesto que somos animales visuales, a nadie debe extrañar el predominio cinematográfico sobre el que Emma se construye; si de algún modo ha de definirse la novela de Rosa Ribas, es por la calidad y la coherencia con la que está escrita. Una suerte de experiencia proustiana recorre los sentidos de Emma en el momento más inesperado, y esa estética de la asociación cerebral dañada nos remueve. Los recursos estilísticos (collage de acciones simultáneas en tiempos distintos, uso de la cursiva como síntesis, desarrollo de la acción desde la reiteración de estructuras formales, control del ritmo y la tensión narrativa, etc.) componen una obra basada en la precisión, la sencillez y un cuidado elegante del detalle, que es centro de la acción y esencia del plano psicológico de los personajes. La cotidianeidad de gestos, tics, emociones y estados de alerta, así como el proceso de regeneración mental están bien definidos para que el lector cree su propia pared de la memoria, de tal modo que la novela, que se estructura como un diario, sigue además un esquema similar al concepto de «ventana de Johari», usado en la psicología cognitiva para el esclarecimiento de las interacciones humanas, categorizando y describiendo los flujos de información entre los otros y el yo. Y es en este marco donde caben todas las preguntas: ¿Puede diferenciar Emma recuerdo y alucinación (podemos nosotros)? ¿Debe confiar en Rosaura, en su hija, en el personal de la residencia, en sus avances (deben los personajes confiar en la protagonista)? ¿Es posible rehabilitar a una persona sin recuerdos, reconstruirla tal y como era antes del trauma?

9 de junio, sábado

   Despierto; me llamo Alfonso; preparo café; por la noche veo el contenido extra de Black & Noir sobre Emma y Rosa Ribas.

   Hay otras preguntas que el lector debe hacerse ante el palimpsesto que supone Emma, más allá de enfrentarnos, como individuos presumiblemente sanos que somos, a la misma angustia existencial de la protagonista. Emma se abre paso en la ceguera blanca de su memoria para levantar nuevamente su identidad, y esa heurística, ese viaje de reiniciación nos invita a sospechar de aquello que damos por sentado (la confianza y el pensamiento sin crítica, la intransigencia racional que rezuma de nuestros viejos cajones mentales, los roles que establecemos con nuestro entorno, la capacidad de superación y destrucción de nosotros mismos). Pero hay algo más: los lectores de Emma acabarán el último capítulo rodeados de migas de pan que indican otros caminos no recorridos, y ahí está la grandeza del libro, porque la esencia de Emma no es sino la de enfrentarnos a nuestra propia fragilidad y a una maldad intrínseca que todos llevamos en el espinazo, que se ramifica como una hidra, que acecha, inmoviliza y moldea pasado, presente y futuro. Así, uno puede llegar a pensar que está leyendo un diario al que, a lo mejor, le faltan páginas por algo ajeno a la elipsis dramática; o que el temor, la vergüenza y la autocensura de la protagonista nos impiden saber más de la historia; o que habría que dar una patada a todas las definiciones que cargamos a la espalda, porque únicamente somos las inexactitudes de nuestros recuerdos.

10 de junio, domingo

   Despierto; me llamo Alfonso; preparo café; corrijo la reseña; acabo el diario.

   La lectura de Emma brinda lo que debe esperarse de una buena novela: satisfacción como lectores y nuevas dudas como individuos. Una muestra más de la fabulosa red literaria que Rosa Ribas prepara con cada libro y en la que es una delicia caer.

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