BREVES CUERPOS APILADOS. SOBRE AUTOCIENCIAFICCIÓN PARA EL FIN DE LA ESPECIE, DE BEGOÑA MÉNDEZ
Yo contagio la belleza de los cuerpos vulnerables
Hay libros a los que uno se aferra como quien practica escritura automática o como quien busca a dios. Este es uno de ellos: Autocienciaficción para el fin de la especie es un libro de hallazgos, como islas que arden urgentes en los ojos. Begoña Méndez enarbola su ideal performativo, esa hermenéutica de la posesión que nos descubre fragmentos de la identidad de la narradora a través de las obras que representa. ¿O es al revés? En esta androginia nace la belleza: voz y arte forman una misma entidad, como prismas iridiscentes de Storm Thorgerson, para convertir la palabra, única textura corporal que recibimos, en objeto sublime.
Pero más allá de considerar el verbo una encarnación del arte, Méndez genera un cuerpo propio, expulsado de todas las catalogaciones, para que su expresión se asemeje a la rabia y el deseo de esa voz. Ante el colapso tecnológico, Autocienciaficción para el fin de la especie propone un díptico con el arte, en sustitución de las inteligencias artificiales y los cíborg; quiero decir que Begoña Méndez apuesta por los escozores y las degradaciones del cuerpo ante la asepsia y perfección de las máquinas. La especie humana, entonces, no es un alma encerrada en un cuerpo o electricidad celular: la especie humana es un lienzo. Y entonces, la extinción se convierte en una coreografía, y el suicidio en arte terrorista, y el amor en una paloma de fuego prohibida. Esas mismas llamas consumen, a través de la carne y su escatología y su sexualidad, los pilares culturales corresponsables de la devastación; el género expande su paleta viva e inventa nuevos colores, y todas las mujeres que son palimpsesto de Méndez en el libro son mujeres porque sienten y deciden y son obligadas a tomar la voz para gritar que sí, en todas las disciplinas somos insurrectas.
Desde Cronenberg hasta la teoría queer, pasando por el Cantar de los cantares y la reconversión del monólogo interior, Begoña Méndez descoyunta el esqueleto de las estructuras heteropatriarcales que atraviesan la cultura, demostrando una capacidad de interpretación fascinante cercana a los tratamientos barthesianos del lector liberado, y con un estilo que huele a epigrama y a dientes apretados contra la hierba y a cuerpos apilados destilando una nueva forma de asediarnos. Bravísima.